En pocos días los carteles electorales han envejecido, parecen reliquias de otro siglo; los mítines son obras de teatro con una puesta en escena muy pasada de moda; los eslogans son estribillos de una antigua forma de componer, machacona, vacía. En pocos días los partidos políticos han envejecido de pronto. Se ha roto el retrato de su Dorian Grey particular que los mantenía lozanos y vivarachos. Los indignados, el movimiento 15-M (qué difícil es dar nombre a lo que se mueve y cambia, tal y como nos ocurre día a día: poner nombre, apellidos y fecha de nacimiento a los seres humanos y las cosas; al fin y al cabo, es un vicio heredado: nombra y domina), quiero decir que las acampadas en las plazas han dejado obsoleto el armatoste de los partidos políticos, su aparataje, su virtualidad, su justificación a través de votos, escaños y pare usted de contar, porque el ciudadano y la ciudadana dicen basta.
Es cierto que no son tantos aunque sean muchos. Es cierto que sus proclamas son el patrimonio que perdió la izquierda en sus tumbos -o de más allá de la izquierda-, pero es patrimonio, sobre todo del sentido común, sea lo que fuese esto. Es cierto que no hay muchos votos de la derecha en una acampada. En Granada siguen los jóvenes indignados -y no tan jóvenes- esta noche en la Plaza del Carmen. Prohíben el consumo de alcohol, al menos lo desaconsejan. Son dueños del orden y el respeto aunque para algunos medios de comunicación solo son descarriados cachorros de la izquierda. Los cachorros de la derecha estaban en Plaza Nueva, encorbatados, borrachos perdidos con los cubatas en la mano en mitad de la acera. Infringiendo las mismas ordenanzas del Ayuntamiento que llevaron al desalojo el pasado martes en la Plaza del Carmen: el único del país. Pero cada cual infringe a su manera: la indignación se organiza frente a la despreocupación, que babea.
Y es verdad, a todos nos ha pillado con el paso cambiado... Pero el aire fresco pasa por las plazas, sobre todo en la convivencia que suponen las asambleas. En el mundo de la comunicación a distancia, la asamblea, esa comunicación de la cercanía, ha venido para aliviarnos, y quizá se quede entre nosotros.
Las asambleas conllevan un fenómeno de convivencia difícil de recordar en este país -y sus amplios alrededores-, no se trata de un actor con un papel aprendido quien habla, y nos remite al teatro; no es un vendedor dirigiéndose al público, y recordamos el mitin; no es una entrevista en televisión, no es el mensaje lanzado en la soledad, en el blog, el tuit, cualquier manifestación que exista en la web. En estas asambleas, se habla, y sobre todo, se escucha, y se da la comunión del oído y la boca: para bien y para mal. No esperen grandes oradores, pero sí voces de verdad, los que hablan como pensamos.
El miedo, piedra ancestral, es la única razón que puede llevar a rogar que se desvanezca este hermoso sueño -o realidad real, con apellidos-, el miedo de los que sienten que el orden es la estaca y cada cual en su casa, viendo la televisión, donde todo su dominio se restringe a un mando a distancia.
Bienvenidos al mundo de la Democracia Real. Ahora sólo faltan las estrategias. La voz de la gente- del pueblo, al fin, palabra recuperada- ya ha encendido la mecha.
Es cierto que no son tantos aunque sean muchos. Es cierto que sus proclamas son el patrimonio que perdió la izquierda en sus tumbos -o de más allá de la izquierda-, pero es patrimonio, sobre todo del sentido común, sea lo que fuese esto. Es cierto que no hay muchos votos de la derecha en una acampada. En Granada siguen los jóvenes indignados -y no tan jóvenes- esta noche en la Plaza del Carmen. Prohíben el consumo de alcohol, al menos lo desaconsejan. Son dueños del orden y el respeto aunque para algunos medios de comunicación solo son descarriados cachorros de la izquierda. Los cachorros de la derecha estaban en Plaza Nueva, encorbatados, borrachos perdidos con los cubatas en la mano en mitad de la acera. Infringiendo las mismas ordenanzas del Ayuntamiento que llevaron al desalojo el pasado martes en la Plaza del Carmen: el único del país. Pero cada cual infringe a su manera: la indignación se organiza frente a la despreocupación, que babea.
Y es verdad, a todos nos ha pillado con el paso cambiado... Pero el aire fresco pasa por las plazas, sobre todo en la convivencia que suponen las asambleas. En el mundo de la comunicación a distancia, la asamblea, esa comunicación de la cercanía, ha venido para aliviarnos, y quizá se quede entre nosotros.
Las asambleas conllevan un fenómeno de convivencia difícil de recordar en este país -y sus amplios alrededores-, no se trata de un actor con un papel aprendido quien habla, y nos remite al teatro; no es un vendedor dirigiéndose al público, y recordamos el mitin; no es una entrevista en televisión, no es el mensaje lanzado en la soledad, en el blog, el tuit, cualquier manifestación que exista en la web. En estas asambleas, se habla, y sobre todo, se escucha, y se da la comunión del oído y la boca: para bien y para mal. No esperen grandes oradores, pero sí voces de verdad, los que hablan como pensamos.
El miedo, piedra ancestral, es la única razón que puede llevar a rogar que se desvanezca este hermoso sueño -o realidad real, con apellidos-, el miedo de los que sienten que el orden es la estaca y cada cual en su casa, viendo la televisión, donde todo su dominio se restringe a un mando a distancia.
Bienvenidos al mundo de la Democracia Real. Ahora sólo faltan las estrategias. La voz de la gente- del pueblo, al fin, palabra recuperada- ya ha encendido la mecha.
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