domingo, 25 de septiembre de 2016

MAUTHAUSEN, Memorias de Alfonso Maeso

Mauthausen
Alfonso Maeso (Ignacio Mata Maeso)
Crítica, 2016


En la película alemana La ola (Die Welle, Dennis Gansel, 2008) se reproduce un experimento pedagógico que tuvo lugar en el año 1967 en Santa Mónica (California) conocido como “tercera ola”. Un profesor, para explicar a sus alumnos cómo se establecen los regímenes totalitarios, como sucedió en el nazismo, y a través de la asunción de normas que refuerzan el sentido de grupo y de superioridad (consignas, uniformes, exclusión), los alumnos reconocen que ninguna sociedad está libre de volver a cometer los mismos errores que conducen a la autocracia.  En la película francesa La profesora de historia (Les Héritiers, Marie-Castille Mention-Schaar, 2014) un grupo de alumnos de un difícil instituto es animado por su profesora para encontrar su lugar en el mundo reflexionando sobre qué significó ser adolescente en un campo de concentración nazi, y presentar ese trabajo al Concurso Nacional de la Resistencia y la Deportación que convoca desde 1961 el Ministerio de Educación francés. Si no han visto ninguna de estas películas, procuren buscarlas. En la francesa aparece un anciano que sufrió los campos, un hombre que insiste en la necesidad de seguir contando aquella historia, de recordar y recordar. Para que no vuelva a suceder, es el deseo.

En España no existe ningún concurso nacional que recuerde a las víctimas de la resistencia o la deportación. Aunque hubo resistencia y hubo deportados. Hubo resistentes al franquismo y hubo deportados, republicanos exiliados –familias, soldados, niños- que terminaron en campos de concentración cuando llegaron a Francia y no pudieron desde allí alcanzar México, EEUU, Argentina o África, destinos deseados pero que estaban preferentemente reservados a intelectuales, oficiales y políticos. Así lo cuenta Alfonso Maeso, un superviviente de Mauthausen, en la reciente reedición de sus memorias realizada por Crítica, editada por su sobrino Ignacio Mata.

La ambición de Alfonso Maeso es la misma que la del anciano superviviente de la película francesa: dar testimonio. Según los datos del Libro Memorial de los deportados españoles editado en 2006 por el Ministerio de Cultura (compuesto y documentado por Benito Bermejo y Sandra Checa) informa de casi 10.000 españoles que terminaron en campos de concentración nazis. Otros autores hablan de números muy superiores, números enfangados por la colaboración entre Hitler y Franco, por la falsificación de nombres y nacionalidades. Sin embargo sí es cierto que la mayoría de los españoles terminaron en Mauthausen, con una alta mortandad que alcanzó un 67% y que casi tres de cuatro recluidos en el subcampo de Gusen, murieron.

Las memorias de Alfonso Maeso son sencillas, directas. Cuenta el proceso que le llevó desde su casa en Manzanares (Ciudad Real) hasta el campo de concentración. El recorrido evoca hechos que cada cual mantiene en su memoria. Cuando cuenta su enrolamiento en el ejército republicano, a través de la CNT, recuerdo la epopeya que el cenetista Carlos Soriano me contaba, a través de una cinta magnetofónica y quince años de separación, de su presencia en el frente cordobés al principio de la guerra civil. La aparición de Maeso en el frente catalán formando parte de los carabineros, atravesando sucesivas veces el Segre, trae a la memoria el Homenaje a Cataluña de Orwell. El paso de la frontera y la reclusión en los campos de concentración franceses me recuerda al profesor García Rúa, cuando nos contaba de viva voz y con detalle su reclusión en el campo de Argelès-sur-mer. En el caso de Maeso serán el campo de Vernet d´Ariège, donde también estuvieron Max Aub y Quico Sabaté, y el de Septfonds, tras el cual terminará en el desastre de Dunkerque, que cuenta de manera espeluznante.

En Dunkerque la Operación Dinamo de las tropas aliadas consiguió rescatar a 300.000 soldados franceses, belgas y británicos, arrinconados por el ejército alemán. Pero el 4 de junio de 1940 aún quedaban miles de personas en la playa, que fueron capturadas por las tropas alemanas. Entre ellas las compañías de trabajadores españoles en las que se encuadraba Alfonso Maeso.

En la memoria, cuando se lee a Maeso, resuenan los ecos de Primo Levi, de Mariano Llorente, la precisa etnografía realizada por la profesora Moreno Feliú (En el corazón de la zona gris, Trotta, 2012) y, en mi caso, una visita al campo de Dachau que realicé hace un par de años. En la liberación del campo, cuando Maeso se convierte en un superviviente, podemos recordar la llegada de la Compañía E, 506 Regimiento de Infantería Paracaidista, 101 División Aerotransportada, del Ejército de Estados Unidos en la noche del 29 de abril de 1945 en Buchloe, cerca de Landsberg, a los pies de los Alpes, cuando se toparon con su primer campo de concentración y lo contaba Stephen E. Ambrose. Y podemos volver a mirar las fotografías de Francisco Boix. Son solo lugares de la propia memoria que despierta la lectura de la historia de Maeso. Faltan muchos otros nombres, desde Lanzmann a Hélêne Berr.

Todos los sucesos son narrados con sencillez por Alfonso Maeso, impelido por la necesidad de contar y contar, de conseguir que nada quede en el olvido. Son libros necesarios cuando los medios de comunicación –y la televisión pública- recuperan el término “alzamiento”, de una manera aparentemente inocente, para recordar el intento de golpe de estado del 18 de julio de 1936 (un término que la historiografía moderna había abandonado). Ahora que la deshumanización se establece en los campos de refugiados, cuando la eliminación del enemigo es sistemática, cuando la recuperación de la memoria de los demócratas de este país, son precisas historias que expliquen con el pasado mucho de nuestro presente.

Alfonso Salazar

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