En un momento dado de la historia antigua podemos imaginar que el sabio de la tribu se levanta, otea el cielo, mide las estrellas con su ojo de cristal y anuncia al pueblo –apiñado al pie del templo- que la primera luna llena de primavera, este año próximo, será el 19 de abril. A partir de ahí el pueblo se organiza: el administrador prevé sus cálculos de gastos comunales; el maestro programa sus enseñanzas; el loco –que hace teatro y danza- se ciñe al calendario; el cazador prevé su montería; las recolectoras preparan su salida al bosque y se adecuarán a la prescripción; el posadero prepara la paja mullida para la llegada de los viajeros; el mesonero acopia viandas por el mismo motivo; el leñador fija la recolección de madera para las fogatas; y el yuntero se apresta a preparar sus colleras, pues se anuncia la fiesta sagrada.
Así sería en la Antigüedad, cuando la luna llena de primavera, maldita luna, aparecía cuando le parecía y sometía el ritmo del pueblo, la constancia de los calendarios y las tareas al caprichoso movimiento de traslación, a esa sombra astral de la Tierra en su Satélite, un sacro momento que atiende a la disposición de los dioses. Esos pueblos de la Antigüedad veían la Luna, pero no sabían explicar el porqué del suceso. Nosotros, ya civilización ultraevolucionada, conocemos el porqué de las cosas, fabricamos telescopios que están alcanzando en este momento el confín de las estrellas, ponemos satélites artificiales enormes y minúsculos en órbita, desentrañamos agujeros negros, enviamos basura espacial y señales a las posibles civilizaciones que esperan a tantísimos años luz.
Cabe entonces preguntarse por qué el ritmo de un país en el siglo XXI se somete a la aparición de la primera luna llena de primavera, es decir, que la Semana Santa se celebre al tuntún de la Luna, maldita luna. En el año 325 se decidió que el domingo de Pascua sería el siguiente a la primera luna llena tras el equinoccio de primavera, es decir tiene lugar en algún momento entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Tal cual. Diecisiete siglos más tarde seguimos al tanto del astrólogo brujo que otea el cielo por la noche, y por tanto los cálculos de la economía, la comparación de los primeros trimestres (la evolución de la contratación, por ejemplo) es incomparable de un año a otro; las evaluaciones trimestrales de los centros educativos quedan desparejas en años como estos con una Semana Santa tardía; las actividades culturales se acumulan (miren este último fin de semana de sobrecarga cultural); el Corpus será cuando la luna quiera pues se celebrará sesenta días después del domingo de Resurrección; los hosteleros pierden la constancia y no saben a qué atenerse; los trimestres engordan o enflaquecen. Ah, maldita luna, que nos mantiene en la oscuridad de los tiempos antiguos.
Alfonso Salazar
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