Mil rusos muertos
Ginés Cutillas
Sílex
Madrid
2019
Ginés Cutillas
Sílex
Madrid
2019
Leer en Los Diablos Azules
Hace noventa años Virginia Woolf publicó Una habitación propia, una reflexión sobre la creatividad y la independencia, una declaración que buscaba el espacio de la literatura hecha por mujeres en las primeras décadas del siglo XX. Aquel ensayo fue fruto de una serie de conferencias encargadas a la autora, donde reflexionaría ante auditorios femeninos universitarios. Ha quedado como gráfica revelación la necesidad de que la mujer creadora cuente con una habitación propia un lugar indeclinablemente suyo, y una dotación económica suficiente para poder disfrutar de la libertad creativa, sin someterse a las exigencias de la dependencia y las obligaciones laborales alienantes. Esa independencia Woolf la estimó en 500 libras, una cantidad que consiguió por herencia y le abrió el campo de la autonomía financiera.
Hace noventa años Virginia Woolf publicó Una habitación propia, una reflexión sobre la creatividad y la independencia, una declaración que buscaba el espacio de la literatura hecha por mujeres en las primeras décadas del siglo XX. Aquel ensayo fue fruto de una serie de conferencias encargadas a la autora, donde reflexionaría ante auditorios femeninos universitarios. Ha quedado como gráfica revelación la necesidad de que la mujer creadora cuente con una habitación propia un lugar indeclinablemente suyo, y una dotación económica suficiente para poder disfrutar de la libertad creativa, sin someterse a las exigencias de la dependencia y las obligaciones laborales alienantes. Esa independencia Woolf la estimó en 500 libras, una cantidad que consiguió por herencia y le abrió el campo de la autonomía financiera.
Noventa años más tarde conozco muchas mujeres creadoras –o que quieren serlo— sin habitación propia. Muchas alumnas de los talleres que imparto luchan a diario por hallar un espacio en casa donde poder desentenderse de los reclamos familiares y poder dedicar un poco de tiempo a sus pasiones creadoras. No es excusa: hay hombres a quienes también les sucede, pero para ellos, por lo general, escribir no es un ejercicio de reafirmación individual. Eso atañe a la habitación, pero faltan las 500 libras, un asunto que afecta tanto a hombres como a mujeres por igual.
A Ginés Cutillas también le encargaron una serie de conferencias, en este caso sobre microrrelato –en el cual es un autor referencial— y literatura hecha por mujeres. La amplia documentación precisa le condujo a imbuirse en los hechos y reflexiones sobre la literatura femenina. Un terreno donde poco a poco se salvan las visiones dicotómicas y podremos, en futuro cercano y en pie de igualdad, desatender sexo y género para enfrascarnos en un mundo literario más allá de los clichés. Esas fotos fijas marcan una literatura femenina empática —eficiente, propicia para entablar la identificación autora/lectora—, y la literatura masculina que fluctúa entre la fantasía evasiva y la academia sesuda. Pero en tanto avanzaba el ensayista por esa habitación de Virginia, reparó en la carencia de las 500 libras, en su propia carencia. Los escritores y (casi todas) las escritoras han conseguido su habitación propia, o su rincón en casa, muchas de ellas cada vez más pequeñas, pero carecen de la autonomía financiera que les permita dedicarse a la creación.
Este hecho afecta a un número de autores y autoras altísimo. Lo conocemos con cercanía: compañeros y compañeras que optan por la dedicación exclusiva se privan de mucho, viven con poco. La mayoría dedica casi todas sus horas a otro trabajo: con suerte, a uno que puede estar en íntima relación con la creatividad literaria; en otros casos en abierta enemistad con el mundo literario, donde escribir es una práctica inconfesable que parece no hacerse en una habitación, sino en un armario. Al trabajo de condumio dedican las mejores horas del día y sacan tiempo para sus cuentos, poemas y novelas de ratos libres, noches largas, mañanas madrugadoras. Es decir, hay casos de reconocidos autores en los que la consideración laboral de la práctica literaria Hacienda no la consideraría más que una afición, puntual, poco relevante en la declaración de IRPF.
Cutillas cuenta entonces, a partir de su caída del caballo, su propia odisea: la narración de la preparación de las conferencias comprometidas (y todo el proceso de documentación y consulta) se entremezcla con las reflexiones y acciones que emprende con el fin de buscar sus 500 libras, aquellas que le permitan dedicarse a la creación, sin empacho. Nos cuenta cómo se deshace de un trabajo tirano, cómo reflexiona sobre las renuncias, cómo avanza y retrocede, revela sus preocupaciones y sus aflicciones, y, muy al contrario del ensayo que desata el libro aquí no hay falsa ficción, sino confesión sincera.
No vamos a desvelar el final, no vamos a contar por dónde anda Cutillas ahora, si vive en una habitación propia, si tiene las libras suficientes, si sigue leyendo a escritores rusos muertos. Avancemos solo que al final implosionan las dos motivaciones: el tiempo y el espacio. Se enredan esa habitación de la literatura femenina, abierta ya de par en par, y esa búsqueda de la independencia, de la autonomía, de la conquista del suficiente tiempo para ejercer su trabajo de creador. No se trata de reclamar el tiempo artístico porque sí, ni de que sea financiado por un estado protector. Más bien es una abierta reflexión sobre la alineación laboral, el mal encaje de la creatividad en el sistema, el círculo vicioso de la escritura que no recibe a cambio ni una mísera libra con la que poder pagarse la propia habitación.
A Ginés Cutillas también le encargaron una serie de conferencias, en este caso sobre microrrelato –en el cual es un autor referencial— y literatura hecha por mujeres. La amplia documentación precisa le condujo a imbuirse en los hechos y reflexiones sobre la literatura femenina. Un terreno donde poco a poco se salvan las visiones dicotómicas y podremos, en futuro cercano y en pie de igualdad, desatender sexo y género para enfrascarnos en un mundo literario más allá de los clichés. Esas fotos fijas marcan una literatura femenina empática —eficiente, propicia para entablar la identificación autora/lectora—, y la literatura masculina que fluctúa entre la fantasía evasiva y la academia sesuda. Pero en tanto avanzaba el ensayista por esa habitación de Virginia, reparó en la carencia de las 500 libras, en su propia carencia. Los escritores y (casi todas) las escritoras han conseguido su habitación propia, o su rincón en casa, muchas de ellas cada vez más pequeñas, pero carecen de la autonomía financiera que les permita dedicarse a la creación.
Este hecho afecta a un número de autores y autoras altísimo. Lo conocemos con cercanía: compañeros y compañeras que optan por la dedicación exclusiva se privan de mucho, viven con poco. La mayoría dedica casi todas sus horas a otro trabajo: con suerte, a uno que puede estar en íntima relación con la creatividad literaria; en otros casos en abierta enemistad con el mundo literario, donde escribir es una práctica inconfesable que parece no hacerse en una habitación, sino en un armario. Al trabajo de condumio dedican las mejores horas del día y sacan tiempo para sus cuentos, poemas y novelas de ratos libres, noches largas, mañanas madrugadoras. Es decir, hay casos de reconocidos autores en los que la consideración laboral de la práctica literaria Hacienda no la consideraría más que una afición, puntual, poco relevante en la declaración de IRPF.
Cutillas cuenta entonces, a partir de su caída del caballo, su propia odisea: la narración de la preparación de las conferencias comprometidas (y todo el proceso de documentación y consulta) se entremezcla con las reflexiones y acciones que emprende con el fin de buscar sus 500 libras, aquellas que le permitan dedicarse a la creación, sin empacho. Nos cuenta cómo se deshace de un trabajo tirano, cómo reflexiona sobre las renuncias, cómo avanza y retrocede, revela sus preocupaciones y sus aflicciones, y, muy al contrario del ensayo que desata el libro aquí no hay falsa ficción, sino confesión sincera.
No vamos a desvelar el final, no vamos a contar por dónde anda Cutillas ahora, si vive en una habitación propia, si tiene las libras suficientes, si sigue leyendo a escritores rusos muertos. Avancemos solo que al final implosionan las dos motivaciones: el tiempo y el espacio. Se enredan esa habitación de la literatura femenina, abierta ya de par en par, y esa búsqueda de la independencia, de la autonomía, de la conquista del suficiente tiempo para ejercer su trabajo de creador. No se trata de reclamar el tiempo artístico porque sí, ni de que sea financiado por un estado protector. Más bien es una abierta reflexión sobre la alineación laboral, el mal encaje de la creatividad en el sistema, el círculo vicioso de la escritura que no recibe a cambio ni una mísera libra con la que poder pagarse la propia habitación.
Alfonso Salazar
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