Suenan las campanas. Una luz primaveral atraviesa las plazas casi vacías y por primera vez en la vida de muchos la expresión ‘aire limpio’ tiene cierto sentido. No hay rastro de Semana Santa ni Día de la Cruz, primavera extraña, pero la naturaleza ha hecho su trabajo y apenas nos dimos cuenta. Hace falta volver al trabajo, hace falta recordar quiénes somos y a qué hemos venido. El verano llega en pocos días y hay que desconfinar del armario la ropa ligera, los acarreos playeros, nuestro traje de vacaciones. Necesitamos que vuelva la gente a los aeropuertos, los puertos y las costas, aunque ahora sabemos, lamentablemente, que dependemos de un hilo, que nuestra economía se sustenta en el exterior, que necesitamos ser más motor y menos garaje.
Cada verano, desde hace siglo y pico, los granadinos y granadinas suben al monte de la Alhambra, como en romería nocturna, y allí se encuentran con el arte de la música y la danza. Un ritual que ha estado a punto de ser barrido de la historia, pero que resistirá, como no ha sucedido con tantos otros acontecimientos que marcan la rutina social del planeta: Juegos Olímpicos, singulares macroencuentros deportivos de toda disciplina, festivales al aire libre, que hacen el verano más verano, que dan sentido a las bajas tardes, al refresco de la noche, al runrún de las noticias y la televisión. Este año, el Festival de Música y Danza de Granada, arriesgando, llegará a su cita con la ciudad. Será un poco más tarde, será con un programa de contingencia, pero estará en Granada. El esfuerzo es formidable, hay que levantar un festival de la nada en pocas semanas, hay que poner cada cosa en su sitio, hacer que la máquina vuelva a funcionar. Hay que volver a tomar la ciudad y, como siempre, tras la cola de la primavera traer música, llevar danza.
Perder el símbolo de nuestro verano era un precio alto. Podría haberse pagado, pero los símbolos salen adelante y se imponen en la realidad, sea la nueva o sea la vieja, retando al desasosiego y los medrosos. Hay que someterse a medidas, normas que apenas se conocen, ratios que surgen mañana, presupuestos que son ayer, miedos que son hoy, tensiones, noches sin dormir, desvelos. Más allá, alrededor, mucha gente, muchísima, aporta su punto de vista, su reflexión, en este mundo de cultura y farándula para volver a los teatros y las calles. Por eso es el momento de que ninguna institución ceje, de que tomemos lo que fue nuestro y sigamos cumpliendo el rito veraniego de la celebración de la música y la danza. Puede ser con un aforo más limitado, pero no podemos dejar de ser lo que fuimos. Puede ser con lo inesperado, pero tenemos que ser la ciudad que somos.
Alfonso Salazar
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