Ben Lerner
Traducción de Elvira Herrera Fontalba
Alpha Decay
Barcelona 2017
LEER EN LOS DIABLOS AZULES
El poeta y novelista estadounidense Ben Lerner aborda en El odio a la poesía una constante: la respuesta extrema que produce el género. En menos de cien páginas Alpha Decay ha publicado con traducción de Elvira Herrera Fontalba las cavilaciones del joven poeta de Kansas.
Hay quien ama la poesía por encima de todas las cosas. Hay quien la detesta hasta lo indecible. Las acusaciones al género son varias, desde el infantilismo de su cultivo, la trascendencia que nunca se cumple, hasta el insultante culturalismo o la práctica del surrealismo que expulsa lectores a mansalva. Aunque las nombra todas ellas, el análisis de Lerner se remonta a una versión platónica de la poesía: la poesía como inefable, indecible expresión que resuena en el interior del poeta, incapaz por definición de exponerla a la tribu con toda su expresividad y contenido original. Como si existiese el poema que todo lo dice y todo lo expresa. Lerner achaca a esta búsqueda castigada con el fracaso el constante rechazo de lectores y críticos.
Platón abominaba de la poesía porque los poetas proyectaban imaginación sobre donde debía haber verdad: así debía ser en la República, donde el lenguaje no corrompiera y se dedicase a la filosofía antes que a la irracionalidad. Ese ataque milenario a la poesía la promovió a la categoría de arma peligrosa, de grave impacto político. Quizá el propio ataque platónico tenía ese objetivo, la sacralización de la poesía antes que su entierro, tal y como se santifica a los mártires. A partir de entonces, dice Lerner, la Poesía se puso a competir con la Historia y la Filosofía, como campos ajenos e irreconciliables. Parece que se refiriese a la Literatura, a la Ficción en general. Lerner atraviesa Renacimiento y Romanticismo para plantear como conclusión que la alternativa poética al enfermizo y materialista siglo XIX es un retorno a Platón, pues la custodia consiste en defender la débil sombra de la poesía –sombra de un poema mesiánico, que nunca llega-, consumida casi siempre por los malos poemas.
Para Lerner hay dos perfiles fundamentales que odian la poesía: aquellos que caen decepcionados por la falta de poder que a la poesía se le supone y aquellos otros que la detestan por su aire mistérico y porque no pueden comprender qué quiere decir el poema. Los poetas, incluso, admiran a los poetas que dejaron de escribir poesía, hastiados o convencidos de que no hubiese mejor poema que el silencio. Difícilmente los novelistas admirarían al que dejó de escribir novela, pues no se puede admirar el lucro intelectual cesante. Los poetas leen a los poetas y los lectores de poesía quisieran escribir poemas. No todos los espectadores de cine quisieran rodar películas. Pero casi todos aquellos que escribieron poesía, o que siguen haciéndolo –inconfesablemente- esperan que algún día sus versos queden grabados, en algún libro, en una revista, aunque sean cuatro versos y medio. Aunque detesten la poesía.
Sin embargo, a pesar de su sugestivo título El odio a la poesía solo se puede leer desde el conocimiento de la obra poética en lengua inglesa. No es para menos. No se puede argumentar la filia y la fobia poética sin descender al objeto. Desde la búsqueda del himno litúrgico y definitivo de Whitman al descubrimiento de malos –muy malos- poetas como el escocés McGonagall, desde el empeño genuino de Dickinson y Keats a recientes voces como Rankine, Lerner deambula por la poesía angloestadounidense en busca del concepto “genuino” de la poesía. No aclara qué es genuino, pero creo que no es su objetivo. Desfilan por sus páginas versos, bandazos de vanguardias, reflexiones sobre el significado de la vírgula, razonamientos sobre medida de versos y complicaciones de rima, discursos sobre igualdad social y poesía.
El odio a la poesía merecería su versión hispánica, porque el lector emerge del breve ensayo con la sensación de que ese odio no se sustenta en los poemas fracasados que buscan el poema original, ni en las consecuencias de la poética clásica griega. Ni siquiera puede interpretarse en el aire irónico que la búsqueda de lo genuino destila. Creo que hay abismos culturales entre la poesía hispánica y la escrita en lengua inglesa que dificultan hacer una traducción cultural adecuada. El esfuerzo de la editorial y los traductores no consiguen interpretar un discurso que quizá tiene mucho sentido en la filología inglesa y en la realidad literaria estadounidense –incluso conforme a su historia y política reciente- pero cuyos argumentos palidecen en el sentido hispánico de la poesía. No sé si para mejor o para peor, solo obtengo la sensación de que sería distinto.
Alfonso Salazar
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