Hay libros que cumplen otro doble papel, más allá del doble efecto, el neófito en el asunto, el seguidor de Millás que nada sabe de los arsuagas sapiens que hay por el mundo, disfrutará con esa prosa brillante, de fino espadachín, estilista de la idea, con sus ocurrencias en fin, con ese punto de vista puesto en el lugar más inesperado: esa cámara ingeniosa y prosística colocada donde el lector no la espera. Por otro lado, el aficionado a la divulgación de la paleontología –y de la antropología, incluso el estudioso— agradece el acercamiento, disfruta con esa sencilla manera de contar las grandes cosas. La divulgación bien hecha es un reto, y contar con dos homínidos como Arsuaga y Millás es un hito. A quien se le ocurriese acertó con la mezcla, como un cóctel inolvidable y trascendente: la pareja confiesa que fue una idea mutua: "―Tú y yo podríamos asociarnos para hablar de la vida; levantaríamos un gran relato sobre la existencia. ¿Lo hacemos? —dijo el escritor―. Lo hacemos —contestó el paleontólogo".
Hay misterios enormes, que pueden ser comentados con humildad y sencillez, con la larga mirada de la curiosidad que tan bien maneja Millás. La vida contada por un sapiens a un neandertal cuenta lo complejo de manera tan entendible que nos termina por parecer imposible que la vida resulte un arcano, pero como toda historia bien contada, como toda ciencia bien mostrada, deja los marmolillos bien señalados: las explicaciones son solo fotos fijas de una película en movimiento, la de la evolución humana, y el sabio sapiens muestra sus dudas tal y como el aprendiz neandertal anota la relatividad.
Cada capítulo se abre con el personaje Millás ―neandertal convencido, pero que se ofrece como animal homínido de laboratorio― en su mundo ordinario, dispuesto a lanzarse a la aventura paleontológica que el sabio ―irremediablemente sapiens, siempre tan ocupado― le ofrecerá ya sea en una visita a un museo, en una caminata por la sierra, en un banco de un parque, una incursión en una juguetería o el paseo por un mercado. Porque toda la evolución humana está ahí: en el objeto más común, y en el vestigio más insólito; en el lugar más insólito y en el paraje más común.
Uno se va acercando al final con la esperanza de que existan conversaciones futuras ―hay una promesa al final, un rayito de esperanza para la divulgación más divertida― entre ese sapiens determinadamente sapiens y ese otro neandertal que tan neandertalmente nos cuenta la historia de la Humanidad. Gracias, sabios.
Alfonso Salazar
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