Levanto la voz, viejo García Lorca,
de pelo negro con mariposas enjaretadas.
Adán de la sangre en el suelo,
que llora en el pupitre
por el niño que duerme
y la voz que he perdido.
La voz que tecleaba la noche
en la gastada máquina
de mi padre: silencio, silencio,
tus hermanos duermen. La noche
no es para todos. Bello Federico,
tu nombre raro bajo los álamos.
Espero mañana el cuerpo
de tornasol y minifalda.
Perros ladrando en los rizos.
Versos de ánimo por el desagüe.
Mis responsabilidades
esparcidas por el suelo.
Oh, viejo García Lorca,
cuerpo moreno. Como el cuerpo
pequeño que pasea la playa de Cádiz.
Canta el maricón al sol.
Canta a las brecas desaliñadas.
A las herreras cazadas en la tarde.
Al triste pescado en la mesa
cantamos todos. Todos teclean
y boquean las estructuras
superficiales y profundas.
A la boca que nos come.
Maldita filología, Federico.
Pero en el rincón: en ti mismo,
en la mesa apartada de un bar,
viejo hermoso García Lorca,
tú y yo, las mismas letras,
distintas voces. Otro soplo.
Dices qué, quiero decir
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