La semana pasada tuve la suerte de echar un rato de charla en una taberna con Carlos Iglesias. Participamos juntos en una mesa redonda sobre E(I)nmigración y tuvimos el gusto de ver su película: Un franco, catorce pesetas. Carlos Iglesias, que tantos identifican únicamente con aquel Benito de Manos a la obra, “el introductor del gotelé en este país”, tiene poco que ver con aquel personaje: la simpatía e inevitablemente la voz. Se redimió de aquel papel que le dio la fama y la manduca con un estupendo Sancho Panza en El Quijote de Gutiérrez Aragón. Es un hombre sencillo, humilde y con el cine muy claro. Su película es una tragicomedia en la mejor tradición europea: destila neorrealismo italiano, contundencia española y se ve con avidez. Habla de cosas importantes con tremenda sencillez. Promete una nueva obra con los niños de la guerra, aquellos que se fueron a Rusia, como tema. Será un placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario